PERIODISMO DE PROVINCIA
Mas que conmemorar el Día del Periodista, este día se ha
convertido en la fecha en que se publican los informes judiciales y el
prontuario de los verdugos del periodismo, para recordar a esos hombres y mujeres
que expusieron su vida y la tranquilidad de sus familias para desempeñar uno de
los oficios más peligrosos de Colombia. Ser periodista se ha convertido en
sinónimo de carro blindado, chaleco antibalas, escolta y amenazas.
Para citar un caso, que es el que más conozco de cerca, voy a
hablar de Yarumal, un municipio del norte de Antioquia, donde el periodismo de
provincia se realiza en medio de la censura oficial, la presión por pauta
publicitaria y el silenciamiento de los columnistas de opinión, como es mi
caso, que fui reprendido y ultrajado con una golpiza que me propinaron enemigos
que aún hoy la justicia no logra esclarecer, por atreverme a denunciar e
investigar casos de corrupción, sumado a las columnas de opinión sobre el
contubernio entre los políticos para defraudar las arcas públicas. Opiné e
investigué para colgarme una cruz de miedo.
En Yarumal, como en otros municipios donde hay pocos medios de comunicación de prensa escrita, superviven dos periódicos: Sueño Norte (semanario) y El Antioqueño, que sumados al programa Positivas, de la emisora Cerro Azul Estéreo, se han convertido en los únicos medios de prensa por los que los ciudadanos se informan. Estos medios, pese a la presión oficial, han dado muestra de imparcialidad y ética en la información, aportándoles espacios de opinión a personas que con criterio no le temen a la crítica, a la censura y la persecución política. Hasta ahí todo en orden.
Desafortunadamente los políticos de turno, utilizando diferentes mecanismos, han propiciado la presión para que estos medios se conviertan en espacios de publicidad de la administración, donde se hable bien de las ejecuciones y se alabe la gestión, para poder seguir funcionando con la pauta pública. La opinión que discrepa de lo oficial no gusta. Un columnista que, además del espacio de prensa, use las redes sociales para difundir su opinión y sus investigaciones, se convierte en un testigo incómodo, por así decirlo. Ante una opinión radial, más se demoran en llamar al director del medio, que en ponerle censura al crítico, so pena de presionarlos con la pauta.
La lupa y la tinta del bolígrafo para investigar, en vez de tachar la cara del corrupto, terminan por hurgar y marcar la cara de la próxima víctima del sicariato.
Esta es Colombia. Esta es Antioquia. ¿Así es Yarumal? Está
por verse.
La historia del periodismo nacional ha estado marcada por la
muerte de periodistas importantes que han caído en ejercicio del oficio, a
manos de políticos corruptos, narcotraficantes y grupos criminales, quienes
pese a ser figuras públicas visibles para el Estado, no han corrido con la
suerte de tener un esquema de seguridad. Si eso es en las ciudades qué diremos
de las provincias. Mientras las agencias de protección como la Unidad Nacional
de Protección, actúan con celeridad, la bala apunta a la frente de su objetivo.
Cada periodista tiene una bala marcada con su nombre, para cuando decida
meterse en el terreno de los corruptos y los criminales. Hay terrenos que están
vedados hasta para las mismas autoridades.
Qué diremos de municipios como Angostura, Campamento, Briceño, Ituango y Toledo, y por qué no otros municipios del país, donde no hay medios de comunicación escritos ni radiales, o si hay es una emisora de la alcaldía, donde los administradores no tienen quién los vigile, por lo que son provincias donde la corrupción se presenta en índices inimaginables. Allí donde no hay quién vigile es un nicho para el corrupto.
A la ciudadanía le da físico miedo hacer veeduría y
preguntarse por qué existe censura.
El Estado debe buscar mecanismos más efectivos para proteger
a quienes generamos opinión, pero no somos periodistas, porque muchas veces es
más efectiva la reportería ciudadana que los mismos periodistas de las
ciudades, los cuales se sientan cómodos a esperar los boletines de prensa que
emiten desde las entidades estatales, citando a una rueda de prensa o invitando
a un coctel.
Los verdaderos periodistas hacen reportería, sospechan de
cualquier halago y buscan la información que está debajo de las tarjetas de
felicitación y las invitaciones a comer. Los demás periodistas, por más que se
esfuercen, hacen parte del club de farándula. Con excepción de muchos
periodistas que trabajan en el sector público.
Los periodistas de investigación, si no están exiliados, andan en un carro blindado y con una escolta.
Ese es el periodismo de nuestro país. No hay
nada para celebrar.