DE LA CACOCRACIA A LA TEOCRACIA
El 2009, año de elección, fue el
comienzo de la nueva era del Estado Teocrático, regido por el magnánimo y
omnipotente doctor Alejandro Ordóñez Maldonado, Procurador General de la
Nación, reelegido en el 2013 por hombres probos y éticos del Senado de la
República, quienes recibieron la bendición del voto por parte de los
ciudadanos, dirigidos por Dios para que trasmitan el mandato divino, por
obediencia.
Colombia, Estado teocrático, ha
regresado la Constitución de 1886.
El poder instituido por la grandeza
del Creador sobre las sienes del doctor Ordóñez Maldonado, para que “hágase su voluntad así en la tierra como en
el cielo”, es decir, imponiendo su gobierno, está siendo aplicado a pie
juntillas.
El hereje Gustavo Petro Urrego, plebeyo
de sangre negra y gobernante de la provincia de Bogotá, por mandato divino
interpretado por el doctor Ordóñez, debe ser sacado a empellones de la Casa
Consistorial y recluido en los calabozos del Palacio del Rey, donde cargará
grilletes y estará sometido a trabajos forzosos. ¿Qué delitos se le imputan?
Soberbia, sublevación, temor de Dios, herejía y corrupción. ¿Corrupción? Sí.
Aunque no hayan pruebas, por el sólo hecho de haberse sublevado contra
omnipotente Procurador, se le aplica el delito de corrupción.
Antes de la nueva era dentro del
Estado colombiano estaba instaurada una cacocracia, donde los corruptos:
congresistas, magistrados y jueces, dominaban el poder legislativo y judicial,
poniendo en los roscogramas judiciales a sus hijos, esposas, parientes y
amigos. El nepotismo puro.
Después de las súplicas por la
salvación del país, consagrado al Corazón de Jesús, el Señor nos ha escuchado y
ha enviado a su legítimo hijo para que renueve la esperanza, oponiéndose a la
terminación del conflicto, porque los criminales deben pagar décadas de cárcel,
por lo que se tiene en estudio la reconstrucción de La Gorgona, mientras los
corruptos de las altas cortes son sentenciados a purgar su pena en una hacienda
de la meseta cundiboyacense, lugar de reclusión.
Desde la pena de muerte impuesta a
Piedad Córdoba y a Alonso Salazar, por los delitos de sublevación, temor de
Dios, herejía y apoyo al aborto, el sagrado doctor Ordóñez no había visto tanta
amenaza en un solo hombre, como sucede con el plebeyo Petro, quien apoyado por
los intelectuales de La Ilustración criolla llama al pueblo a rebelarse contra
el magnánimo señor de la disciplina. He ahí su pecado.
Es tanto el poder que ostenta el
doctor Ordóñez que el presidente de la Nueva Granada, Juan Manuel Santos, un
hombre chato, bajito, criollo e hijo de liberales oligarcas, tendrá que aprobar
la pena de muerte impuesta al plebeyo Petro, so pena de ser juzgado por
irrespeto a la autoridad, porque a Dios debe rendírsele cuentas.
Como tribuno del pueblo, desde el
balcón del Palacio Liévano, el plebeyo Petro ha dado instrucciones al pueblo de
Santa Fe de Bogotá para que defiendan la democracia, un nuevo término que él
piensa implantar, para derrotar la cacocracia de la oligarquía e impedir la
entrada de la teocracia del doctor Ordóñez.
Días después, se supo por correo de
posta, le fue aplicada esta condena, dictada por la Real Audiencia: se le corte la
cabeza y se divida su cuerpo en cuatro partes; su cabeza será conducida a Zipaquirá,
donde estudió y se formó como subversivo; la mano derecha puesta en la plaza de
Bolívar, la izquierda en Montería, Córdoba, centro del paramilitarismo que
tanto denunció; el pie derecho en Ciénaga de Oro, lugar de su nacimiento, y el
pie izquierdo en el Palacio de Liévano, a donde volverá su descendencia a
buscar venganza.
¡Ha muerto el sueño de un Estado democrático!